
Cómo el lenguaje nos moldea.
Seguramente alguna vez todos vosotros habéis escuchado la palabra japonesa wabi – sabi, y gran parte de vosotros también sabrá que significa encontrar la belleza en la imperfección, y aceptar el ciclo de la vida y de la muerte. Una palabra, una, que en español se vuelve una perífrasi que casi no capta la esencia de esta enseñanza budista.
Parecen existir palabras de un idioma que son intraducibles en el resto del mundo.
¿Habéis también escuchado eso de que los finlandeses tienen 40 palabras diferentes para la nieve? Una para indicar la nieve flotando sobre el agua, una para la capa dura de nieve compacta, otra para la nieve muy fina recién caída… Y aquí en Madrid que, a parte casos excepcionales no nieva, ni siquiera nunca nos hemos parado a reflexionar sobre las varias facetas de los copos de nieve.
Comprenderéis ahora que parece un hecho realmente curioso. Palabras que sólo existen en un determinado idioma y que nos cuesta, de algún modo, explicarlas en otras lenguas. Es fascinante que, en un mundo tan conectado e intercomunicado, todavía existan palabras de este tipo. Palabras que hacen que nos perdamos en la traducción tratando de explicarlas.
Efectivamente ya en 1930 los lingüistas americanos Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf estudiaron como las personas que hablan idiomas diferentes, también piensan de forma diferente. De la misma manera, se descubrió que incluso describen los acontecimientos de forma diferente y, en consecuencia, la calidad de sus recuerdos de quien hizo algo y el qué hizo.
El lenguaje, de hecho, provee nuestra capacidad de externalizar ideas y emociones, de manipular pensamientos, y de organizarlos facilitando procesos cognitivos de nivel superior.
Algunos estudios han aprovechado los datos de personas bilingües, averiguando que cambian su forma de ver y enfrentarse al mundo según el idioma que está utilizando en aquel momento.
La estudiosa Lera Boroditsky pidió a una niña de 5 años de una comunidad aborigen de Australia, los Kuuk Thaayorre, de indicarle el norte y la niña lo hizo al instante, correctamente (Lera tenía una brújula) y sin ninguna duda. De vuelta a la Universidad de Stanford, preguntó lo mismo durante una conferencia con importantes científicos, hasta ganadores de premios Nobel, pero o se negaron a contestar o se lo pensaron un momento antes de apuntar a casi todas las direcciones. Propuso el mismo ejercicio en Harvard, Princeton, Mosca, Londres… obteniendo los mismos resultados. Finalmente, los hallazgos del experimento apuntaron a que esta gran diferencia de habilidad cognitiva dependía del lenguaje. El caso fue que los Kuuk Thaayorre no utilizan términos de espacio relativos como derecha e izquierda, sino que hablan en términos absolutos de direcciones cardinales cuales norte, sur, este u oeste. Por ejemplo, ellos dirían que la taza está al sur oeste del plato. Las personas entonces tienen que estar bien orientada incluso solo para poder hablar correctamente.
La forma en la cual pensamos influye en nuestro lenguaje, pero también sucede al contrario. Por ejemplo, hay evidencia de cómo enseñando a las personas nuevos colores, cambia su forma de discriminar entre colores; enseñándoles una nueva manera de hablar del tiempo, les dará nuevas formas de pensar en él.
Cada lenguaje no es solamente un conjunto de sonidos, vocales, sonidos, sino que la habilidad que nos regala el lenguaje es extremadamente compleja.
Y lo bueno de estas palabras intraducibles es que consiguen poner nombre a sentimientos que ni siquiera podemos explicar en nuestra propia lengua, y con algunos de los cuales probablemente os sentiréis identificados al leerlos, quizás pensando que alguna vez habéis sentido la necesidad de que esa palabra existiera. Están ahí, esas palabras existen, aunque quizás en idiomas tan desconocidos para nosotros como el finés, el urdu o el yidis.
Chiara Castelletti
Psicóloga Col. Nº M-42430
Centro Psicológico Loreto Charques
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