Vivimos deprisa, sin tiempo para detenernos en las cosas que no son inmediatas. Los 4 minutos de espera cuando llegamos al andén del metro se nos hacen una eternidad y además nos compromete en muchas ocasiones el resto de quehaceres diarios que en muchas ocasiones tenemos aún pendientes. La fila del supermercado que nos hace detenernos unos minutos más de la cuenta cuando estratégicamente nos habíamos colocado en ella pensando que sería la más rápida nos lleva en muchas ocasiones a resoplar #impacientes por el despilfarro ingente de tiempo. Tiempo, prisas, inmediatez, frustración, nervios…
¿Cuántas veces nos hemos detenido en pensar en esos dos ejemplos cotidianos y el efecto que provocan en nosotros tan solo unos cuantos minutos de desfase en nuestra rutina cotidiana? ¿Cuántas veces nos hemos parado a pensar en la importancia de no desesperar y dejar de luchar contra lo que no es inmediato? Y lo que es más importante… ¿Cuánto tiempo he dedicado a mi hijo para enseñarle la importancia de la #paciencia, del aprender a esperar, del no frustrarse cuando lo que desea no llega en el momento?
Al igual que esos cuatro minutos de retraso en nuestro tren tienen una dimensión totalmente diferente a esos otros cuatro minutos que pasamos disfrutando de momentos de ocio, para los niños pequeños la percepción del tiempo es totalmente diferente a la nuestra. El tiempo que esperan desde que piden algo hasta que sucede se puede convertir en algo infinito de lo que, además, no tienen control. Por ello que en ocasiones desplieguen todo un arsenal de conductas, algunas de ellas no del todo apropiadas, para ganarle segundos al reloj.
El papel que tenemos los adultos respecto al #aprendizaje de la paciencia es fundamental. Que el niño desde pequeño aprenda que la inmediatez es un hecho (e incluso un derecho) se convierte en un arma peligrosa según pasan los años y se instaura en la familia. Lo que comienza siendo algo anecdótico puede ser algo problemático en la adolescencia, por ejemplo, donde los objetos de espera se vuelven más complejos y difíciles de manejar.
Pero… ¿cómo podemos entrenar la paciencia con nuestros hijos? Algo que tenemos que tener claro es que los mejores modelos para ellos somos nosotros, en una primera etapa el niño irá aprendiendo por observación e imitación, por lo que ese primer trasvase de “cómo esperar con paciencia” aparecerá por arte de magia de manera natural.
Hecho esto, en las etapas posteriores en las que el niño va creciendo ya habremos sembrado el terreno para poder recoger los frutos más fácilmente, de esta manera podemos seguir trabajando la paciencia a través de pequeñas cosas cotidianas teniendo en cuenta:
Es importante introducir esperas que estén bien ajustadas en tiempo y lugar, teniendo en cuenta aspectos como si el niño está cansado o tiene hambre. No conviene exigir tiempos demasiado largos, siendo más apropiado esperas que el niño pueda conseguir fácilmente para motivarle y animarle a seguir así. ¡La paciencia siempre tiene premio!
A la par de la anterior, si en nuestros “pequeños aprendizajes diarios” el niño se frustra y decide tomar el camino de la rabieta, no debemos ceder ante esa conducta ya que de manera automática estaremos mandándole el mensaje de… ¡La rabieta es más rápida! Ahí es donde hacemos gala de nuestra propia paciencia y abordamos la situación sin que obtenga la recompensa y sobretodo sin perder el control de la situación.
Si la espera es larga o inevitable podemos hacer pequeños juegos que nos distraigan y la hagan más amena, también podemos ir dando información que haga la situación más previsible y acerque a nuestro niño a una percepción más real del tiempo que falta y a los motivos que la hacen más larga.
Por otro lado, existen multitud de juegos para instaurar la paciencia en los más pequeños de la casa, juegos a los que todos hemos jugado en algún momento como la Jenga, puzles, pintar mándalas… así de manera lúdica y divertida puedo ir trabajando el desarrollo de la espera, de no hacer las cosas a destiempo, de prestar #atención a cada movimiento y sobretodo, que la inmediatez por acabar siempre trae que no voy a conseguir el objetivo.
El tiempo que dediquemos a trabajar este aspecto será lo que en definitiva haga que el niño desarrolle la paciencia y el comprender que hay cosas que merece la pena esperar, convirtiéndose en un adulto más cargado de herramientas para enfrentarse a retos que requieran esfuerzo, que pongan a prueba la frustración y que le permitan alcanzar objetivos más altos.
Lorena Atienzar del Toro
Psicóloga Col. Nº M-25199
Centro Psicológico Loreto Charques
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