El silencio puede decir muchas cosas, la peor, castigo.
Ignorar a alguien silenciando su existencia es un castigo aterrador.
Este tipo de silencio es más común de lo que parece, existe entre parejas que se han perdido el respeto, parejas que buscan individualidad porque ya no me interesas o quieren hacerse daño, existe entre padres e hijos dolidos por disputas mal gestionadas, entre amigos que han dejado de entenderse, entre compañeros de trabajo que ya no saben disfrutar del mismo, el silencio como castigo es un arma demoledora, injusta y que alberga en quien la usa nula capacidad de empatía.
Por el contrario, hay silencios necesarios, silencios sanadores, reparadores, silencios buscados. Silencios que nos reencuentran con nosotros, que nos ayudan a retomar la senda y vislumbrar horizontes con la calma de poder escoger, que nos ayudan a reflexionar, a encontrar un equilibrio vital, silencios que nos hacen hablar sobre lo que deseamos de verdad.
Pero existe también un tipo de silencio, difícil de detectar y más difícil de entender, éste es el silencio del propio dolor que nos sume en un aislamiento que bloquea, imposibilita compartir y disfrutar momentos con los tuyos, familia y amigos.
Estos silencios son juzgados, mal interpretados y repudiados.
Muchas veces somos incapaces de interpretar la necesidad de ayuda en esos silencios, muchas veces no somos capaces de respetar incluso esos silencios, a veces fomentamos el alargar esos silencios porque no somos capaces de entender y ponernos en el lugar del dolor ajeno.
¿Cómo detectarlo? No juzgando y simplemente ofreciendo tu escucha.
Acércate a quien se aleja, escucha a quien no quiere hablar, no juzgues, ¡busca explicación a sus cambios y hazle saber que estás!
El silencio a veces dice mucho de quien desea no callar.
Cuca Fernández Maseda
Licenciada en Pedagogía
Centro Psicológico Loreto Charques
Yorumlar