¿Y ahora qué?
Cuando unos padres, tutores o responsables de un niño reciben la noticia de un diagnóstico, trastorno o dificultad en el aprendizaje o conducta que interfiera en los procesos de desarrollo del aprendizaje, hay familias que se preguntan y ahora, ¿qué hacemos?, ¿cómo podemos ayudar?, y familias que ni siquiera se plantean el papel que ocupan ellos en el proceso que va a comenzar su hijo, hija, pero mantienen una inquietud demandante para mejorar la situación que está interfiriendo en la vida familiar.
El papel que se ha atribuido a los padres, tutores que acompañan a los menores ha variado a lo largo del tiempo, la primera vez que aparecen los padres de forma directa en la intervención con un menor ha sido con Freud usando como intermediario la línea directa con un padre en el psicoanálisis.
A partir de ahí comenzó toda una evolución de la alianza terapéutica, la importancia del mundo interno y externo del niño, así como la importancia del apego en terapia, las teorías humanistas, la terapia sistémica, y una perspectiva construccionista que hace notar la necesidad de padres y madres informados y entrenados para disponer de estrategias que apoyen las terapias.
Quizás nunca ponderamos suficiente la necesidad de contar con los padres, tutores de los menores como recursos valiosos en la terapia.
Teniendo en cuenta la evolución de la familia en su conjunto, la rápida evolución social, la variedad de relaciones, la diada madre-hijo como constructo del análisis de comportamiento y los diferentes roles dentro de la estructura social que es la familia, tenemos que entender la necesidad de la colaboración en los tratamientos terapéuticos.
Todo el entorno cercano al niño debe involucrarse.
La psiquis infantil es una estructura en constante evolución, permeable y suspicaz de ser transformada por las figuras relevantes en su vida, padres, tutores que mantienen una relación intensa y de máximo referente para ellos.
La intervención terapéutica en un niño produce cambios en su autoestima, habilidades sociales, regulación y funcionamiento ejecutivo, es por ello que hay que valorar, no solo a la familia, el colegio, los compañeros, el barrio, los vecinos, todos son factores esenciales que configuran una influencia de mayor o menor grado en la terapia del menor.
No solo se trata de empoderar a los padres con estrategias para apoyar la terapia, se trata de exculparlos para que sean realmente sensibles al papel que pueden llegar a ejercer sobre sus hijos, como modeladores y ejemplos a seguir.
Un hijo menor no cuestiona el modelo, pero si puede sentir contradicciones en el mismo, su ejemplo no corresponde a las palabras que les corrigen cada día su conducta.
La necesidad de comprometer a la familia en la terapia del menor puede llegar a cambiar la dinámica familiar y por ello también los roles que cada uno ocupa en la estructura de la misma, produciendo variaciones necesarias en la autoestima y personalidad del menor.
Los padres y tutores son pieza clave de la dinámica terapéutica del menor, las intervenciones en el desarrollo afectivo-relacional han evolucionado, demostrando la necesidad de la familia en el crecimiento terapéutico.
Una vez identificado el trastorno, la dificultad o el problema de conducta, y realizada las evaluaciones pertinentes, neuropsicológicas y funcionales, se propone a las familias un programa de tratamiento con las diferentes estrategias de intervención dentro del marco familiar, académico terapéutico que hagan confluir el interés individual del menor.
Se hace un seguimiento individual del plan y de su eficacia, se valoran estrategias y viabilidad de las mismas dentro de un marco conjunto que guie un único objetivo común.
Las necesidades no siempre son lineales, varían según, muchas veces, varíen las necesidades y roles familiares, y la adaptación es dinámica dentro de un tratamiento personalizado.
La familia, no solo debe estar informada de las dificultades con las que se encuentran a la hora de un diagnóstico, deben tener un itinerario de ruta, flexible, que les otorgue estrategias que apoyen el tratamiento sabiéndose autores fundamentales del mismo.
Las dudas de la familia o incluso las exigencias de resultado deberían estar avaladas por un único consenso común en favor de las mejoras y cambios necesarios en los procesos de demanda.
El terapeuta muchas veces es un mediador que consigue esa alianza necesaria para que la terapia fluya hacia la meta marcada después de un diagnóstico.
Por lo tanto, debemos concluir en la necesidad de un diagnóstico profesional, una terapia adaptada a las dificultades presentadas y unos instrumentos consensuados desde el inicio donde se incluya a la familia como estructura que sustenta y mantiene los diferentes roles que configuran a sus miembros y el ambiente social y académico donde el menor desarrolla su vida.
Cuca Fernández Maseda
Licenciada en Pedagogía
Centro Psicológico Loreto Charques
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